17 de diciembre de 2007

El día antes

En el fútbol, tal vez más que en cualquier otro juego, la derrota y la victoria están muchas veces separadas por una barrera débil y vidriosa. Se trata, por tanto, de un juego matizado, donde domina el gris. Sin embargo, el blanco y el negro son los colores con los que habitualmente se lo pinta.

Salvo excepciones, los medios y también los hinchas, hacen ver y ven la realidad del fútbol en términos excluyentes de éxito (victoria) o fracaso (derrota). Se opera así una reducción brutal de la comprensión del juego.

Así como la derrota y la victoria suelen estar en el filo de la navaja en cada partido, otro tanto ocurre con los ciclos más exitosos de los equipos.

En efecto, esos ciclos suelen arrancar de situaciones malas o muy malas, y —lo que es más importante— sin grandes cambios de nombres. Así ocurrió con los mejores ciclos de al menos tres de los grandes argentinos: el Racing del ’66, el River del ’86 y el Boca del ’98.

Sin embargo, cuando un equipo —en especial si es de los denominados "grandes"— se encuentra en un presente malo en términos de juego y resultados, tal situación se presenta y ve como algo irremediable, como un completo y absoluto fracaso, del cual nada cabe ser conservado. No casualmente, los aficionados de River Plate cantaron en los últimos partidos del recién finalizado Apertura ‘07 aquello de “que se vayan todos, que no quede ni uno solo”.

El Racing del ‘66

Al finalizar la primera rueda del torneo de 1965, Racing, que había ganado su último campeonato en 1961, ocupaba el último lugar de la tabla de posiciones. Su técnico José García Pérez renunció y el 19 de septiembre, después de que varios entrenadores rechazaran el cargo, asume Juan José Pizzutti, que había tenido un inicial y fugaz paso como técnico en Chacarita.


Con los mismos jugadores y unos cambios posicionales —Perfumo pasó de “6” a “2” y Basile, de “5” a “6”—, debutó ganándole 3-1 a River, entonces puntero del campeonato, e inició una gran remontada en la segunda rueda que, a la postre, se continuaría en una racha histórica hasta alcanzar, en el torneo siguiente, 39 partidos sin derrotas. Al final del torneo de 1965, y después de 14 fechas invicto, alcanzó la sexta posición sobre 18 equipos. Había escalado 12 puestos.

"Al iniciar mi ciclo en Racing, en 1965, no prometí absolutamente nada, porque las cosas estaban muy difíciles y peleábamos el descenso, pero con el correr de los partidos los jugadores empezaron a creer en el estilo de juego, en el entrenador y, sobre todo, en ellos mismos", explicaba Pizzutti durante una charla en noviembre pasado.

Cabría decir que nadie vió el inicio del ciclo del “Equipo de José”, cuyos máximos logros fueron: establecer —desde el primer partido que dirigió Pizzutti— el récord de 39 partidos sin perder en torneos oficiales argentinos (cayó en la fecha 26 del torneo de 1966 frente a River Plate por 2-0 en el Monumental; véase más abajo la correspondiente tapa de El Gráfico), que duraría treinta y tres años;
coronarse campeón de 1966 (incorporando a Mori, de Independiente; a Nelson Chabay; a Norberto Raffo y a Jaime Martinoli, de Banfield; más la vuelta de Italia de Humberto Maschio, la figura del equipo) perdiendo un único partido; ganar la Copa Libertadores, y luego la Intercontinental, el 4 de noviembre 1967, siendo el primer equipo argentino en conseguirlo.
En total, la campaña de ese equipo de Racing, desde el 19-9-65 al 17-12-67, fue la siguiente: jugó 93 partidos, ganó 45, empató 35 y perdió 13. Convirtió 136 goles y recibió 77. La racha internacional de 1967 fue así: jugó 23, ganó 16, empató 4 y perdió 3. Marcó 47 goles y recibió 16.

El River del ‘86

River había ganado el campeonato Nacional de 1981, bajo la dirección técnica de Alfredo Di Stéfano, que sustituía al despedido Ángel Labruna. No obstante, la base de ese equipo era la que Labruna había constuido en 1975, más la incorporación —a comienzos de 1981— de Mario A. Kempes, quien marcaría el gol decisivo en la final contra Ferrocarril Oeste.

El recambio de jugadores, que ya había empezado el propio Di Stéfano, contribuyó para que River no volviera a ganar el torneo hasta la temporada 1985-1986. Durante ese lapso realizó, entre muchas malas campañas y continuos cambios de técnico, la peor campaña de su historia en 1983, al quedar anteúltimo (no descendió por el sistema de promedios decidido en 1982).

En la última fecha de la primera rueda del torneo de Primera División de 1984, el equipo millonario pierde el 5 de agosto de visitante con Unión de Santa Fé por 5 a 1 y el técnico Luis Cubilla se va. Había conseguido 6 victorias, 8 empates y 4 derrotas, pero el rendimiento del equipo era peor que lo que los números indicaban, especialmente a partir de la clarísima derrota en ambas finales del Nacional 1984 contra Ferrocarril Oeste, que se jugaron en mayo, ya iniciado ese torneo de Primera División. Luego de varios técnicos interinos, el 30 de septiembre asume la dirección técnica Héctor Rodolfo Veira. Bajo su conducción, y ya sin poder pelear el campeonato, River pierde 4, gana 7 y empata 4 partidos, y finaliza cuarto el torneo que consagra a Argentinos Juniors.


Para el Nacional de 1985, jugado en la primera mitad del año, River mejora notablemente, y pierde el acceso a la final a manos de Vélez Sársfield, que acabaría perdiendo con Argentinos Juniors el torneo. Luego, como es sabido, se consagra campeón del campeonato 1985-86 con diez puntos de ventaja, cinco fechas antes del final, jugando un fútbol brillante y obteniendo triunfos históricos, como el 2-0 ante Boca en la Bombonera, “el día de la pelota naranja” (en verdad, sólo se jugó el primer tiempo con ese balón, por la cantidad de papelitos que había en el terreno de juego; el segundo gol, en el segundo tiempo, lo hace Alonso de tiro libre con la tradicional pelota Tango blanca).

Del equipo titular (Pumpido; Gordillo, Borelli, Ruggeri y Montenegro; Enrique, Gallego, Alfaro y Morresi; Amuchástegui y Francescoli), en esa temporada se habían incorporado Ruggeri, Amuchástegui y Morresi (también se habían sumado, entre otros, Gareca y Nelson Gutiérrez). Veira, como Pizzutti en Racing, se manejó con los mismos jugadores, e hizo unos pocos cambios posicionales decisivos, según el mismo contaba: “pasamos a Alfaro a la izquierda, retrasamos unos metros a Enrique”. No hace falta decir que ese equpo, al que se sumaron Juan Funes y Antonio Alzamendi en reemplazo de Amuchástegui y Francescoli, ganaría la Libertadores y la Intercontinental en 1986 por primera vez para el club de la banda sangre.

Ese 14 de diciembre, en Tokio, se cerraba el ciclo más brillante en términos de resultados, y entre los dos o tres más lucidos en cuanto a juego, de River Plate en su historia.

Otra vez, un ciclo exitosísimo había comenzado insensiblemente, a mitad de torneo, en medio de una crisis de juego y resultados, y apoyado en los mismos jugadores que venían de malas y/o irregulares campañas.

Así lo confirmaría Veira, años después, al relatar cómo fue el
momento de su llegada: "El clima era bastante duro. El equipo tenía un bajo promedio y había que levantarlo. Pero la idea era salir campeón. Y fuimos armando el plantel de menor a mayor. Me encontré con un grupo de muchachos de alta calidad, competitivo, grandes jugadores y muy buenos a nivel humano. Las características técnicas eran bárbaras. Se armó un equipo espectacular, sin envidia ni egoísmo. El que jugaba daba lo mejor y al que se quedaba afuera lo alentaba. Y al final quedó en la historia".

El insólito pero real objetivo prioritario del club de salvarse del descenso lo corrobora Norberto Alonso: "Cuando volví a River en el ´84 el equipo tenía problemas con el promedio. Entonces estaba arreglando el contrato con un dirigente y me dice: 'estamos preocupados por el tema del descenso'. Ahí me levanté y le respondí 'en mi mesa no se habla de descensos, se habla de campeonatos'".

Sólo el técnico, probablemente, entrevió las potencialidades que ese equipo tenía. De ello da fe el hecho de que escribiera en 1984, en el pizarrón del vestuario: "Rumbo a Tokio. Con serenidad, con humildad y con trabajo, este plantel puede quedar en la historia de River".

Del equipo que se consagraría en Japón (Pumpido; Gordillo, Gutiérrez, Ruggeri, Montenegro; Enrique, Gallego, Alonso y Alfaro; Alzamendi y Funes; ver foto debajo), sólo tres se habían incorporado bajo la dirección de Veira (Ruggeri, Gutiérrez y Funes), mientras uno en verdad había vuelto al club (Alzamendi, que ya había estado en 1982).



Por otra parte, cabe destacar que la delantera titular del equipo fue transferida antes del inicio de la Copa Libertadores. En efecto, su principal estrella junto con Norberto Alonso, Enzo Francescoli, pasó al Racing de Paris, y el hasta entonces wing derecho titular, Luis Amuchástegui, también fue transferido a mediados de 1986. Eso impidió que Francescoli disputara la Copa Libertadores de ese año, en la cual Amuchástegui participó muy poco. También fueron importantes en ese ciclo Ramón Centurión, incorporado por Veira, y Néstor Gorosito, proveniente de las inferiores, así como otros jugadores surgidos del semillero, que no obstante jugaron menos: Pedro Troglio, Claudio Caniggia y Sergio Goycoechea.

El Boca Juniors de 1998

El ciclo más exitoso de la historia de Boca Juniors se inicia en julio de 1998. En ese momento, el último torneo local que había obtenido Boca era el Apertura 1992, el cual a su vez lo había alcanzado once años después del Metropolitano 1981.

Entre 1992 y 1998 hubo campañas irregulares y malas, y alguna excepción. Muchos técnicos de estilos diferentes y hasta opuestos pasan por el club: Menotti (1993-94), Bilardo (1996) y Veira (1997-98), por nombrar los más conocidos.

Entre el Apertura 1992 y el Apertura 1998, cuando vuelve a ser campeón, Boca disputa once torneos. Obtiene el subcampeonato en el Apertura 1997, dirigido por Héctor Veira, con un puntaje propio de un campeón (44 puntos: 13 ganados, 5 empatados, una derrota). Fue superado sólo por un punto por uno de los mejores conjuntos de River Plate que se veían tras el multicampeón de 1986. En los restantes torneos, Boca obtuvo tres cuartos puestos, un quinto, un sexto y dos séptimos lugares, un noveno, un décimo y un decimotercer puesto.

Especialmente crítica es la manera en que pierde el Apertura 1995. Tras la vuelta al club de Diego Maradona después de catorce años, Boca marcha invicto y alcanza a tener seis puntos de ventaja sobre el segundo, Vélez Sársfield, a falta de cinco partidos (quince puntos en juego). Pero llegará a la última jornada ya sin posibilidades de ser campeón.

En efecto, sólo alcanza a empatar tres partidos y pierde dos de los últimos cinco. Uno de modo espectacular contra Racing en la Bombonera (4-6), que significa la pérdida del invicto y el inicio de la caída, que se hace definitiva con la derrota en el siguiente partido por 1-2 frente a Estudiantes —tras ir ganando 1-0 y contar con un jugador más—. El equipo platense, además, hizo esa noche de local muy lejos de su estadio y muy cerca de la Bombonera, en Independiente. Vélez gana esos cinco últimos juegos y se corona campeón, dirigido por Carlos Bianchi.

Durante ese lapso entre los dos torneos obtenidos de 1992 y 1998, Boca sufre algunas notables derrotas como local, ciertamente inusuales en su historia: 0-3 contra River Plate en el Clausura 1994, equipo que en la fecha siguiente se consagraría campeón invicto; la ya citada por 4-6 contra Racing Club en el Apertura ’95; 0-6 contra Gimnasia y Esgrima La Plata en el Clausura 1995, el día en que se inauguraba la remodelación parcial del Estadio Camilo Cichero; y 0-4 contra Platense, en la segunda fecha del Clausura 1998.

Durante esos años, el mayor logro de Boca Juniors es la supremacía que alcanza en los clásicos contra River Plate. Entre el Apertura 92 y el Clausura 98 (el inmediatamente anterior al primero ganado con Bianchi), se disputan 14 clásicos (incluidos dos partidos internacionales por la Supercopa 1994): Boca gana 8, River sólo 2 y empatan 4.

Algunas de esas victorias frente al tradicional rival son notables, como el 4-1 en la Bombonera el 14 de julio de 1996, con tres goles del ex jugador del semillero de River, Claudio Caniggia. Esta victoria tuvo una significación especial porque el conjunto millonario acababa de alzarse con la segunda Copa Libertadores de su historia.

El ciclo de 1998 se inicia el 2 de julio cuando Carlos Bianchi asume la dirección técnica del equipo. Hacía seis años que Boca no salía campeón. Bianchi venía de llevar a Vélez Sársfield al mayor ciclo de triunfos de toda su historia.


En el torneo anterior, el Clausura 1998, Boca había quedado sexto, sufriendo algunas derrotas por goleada contra equipos denominados “chicos”: la referida más arriba contra Platense en la segunda fecha, y un 1-4 contra Ferrocarril Oeste en la fecha 13 de visitante, que cierra las posibilidades del campeonato y provoca la salida del técnico Héctor Veira.

Las diferencias internas entre los jugadores trascendieron públicamente cuando al perder toda chance de alcanzar ese campeonato, uno de los principales jugadores del equipo, Diego Latorre, afirmó “esto parece un cabaret y no un equipo de fútbol. Cada vez que perdemos hay declaraciones en contra de unos y otros”.

Bianchi logrará los dos primeros torneos que disputa, el Apertura 1998 y el Clausura 1999. El primero de manera invicta, y en el segundo sólo pierde un partido. Alcanza así el récord de 40 partidos sin derrotas en torneos oficiales del fútbol argentino, y por tanto destrona… al Racing de Pizzutti (39 cotejos sin perder en 1966).

Como el Racing del ’66 y el River del ’86, logra alcanzar la cima de éxitos a la primera, pues logra el Apertura, el Clausura, la Copa Libertadores y la Intercontinental la primera vez que los disputa.

El Boca del ’98 supera en logros a Racing ’66 y a River ’86, pues alcanza el bicampeonato local (si bien cada torneo es ahora de una rueda), y el bicampeonato de la Libertadores (antes obtenido por Boca en 1977 y 1978). En la Intercontinental no pudo repetir el logro que había alcanzado ante el Real Madrid en 2000, al caer en el tiempo de alargue ante el Bayern Munich en 2001.

Bianchi logra formar un once que pronto “se repite de memoria”: Córdoba; Ibarra, Bermúdez, Samuel y Arruabarrena; Basualdo, Serna, Cagna y Riquelme; Guillermo Barros Schelotto y Palermo. De ese equipo, sólo Ibarra había llegado con Bianchi al club (también lo hicieron Pereda y Barijho; Basualdo había retornado desde Vélez).


En el equipo que se consagra el 28 de noviembre de 2000 ante el Real Madrid en Tokio, Traverso, Matellán, Battaglia y Delgado reemplazan a Samuel, Arruabarrena, Cagna y Barros Schelotto, respectivamente, tomando como referencia aquel equipo tipo inicial ya mencionado. Salvo Marcelo Delgado, incorporado a inicios de 2000, el resto de los “reemplazantes” ya estaba en el club antes de la llegada de Bianchi.

A modo de conclusión

Estas notas pretendían recorrer el inicio de los ciclos más exitosos de tres equipos grandes argentinos. Los tres se dieron en décadas diferentes y, por tanto, en épocas diferentes del fútbol, tanto como juego cuanto como objeto de mercado.

Podrá parecer que en estos apuntes se cae en algunas contradicciones. Primera, la sobrevaluación de la figura de los técnicos como creadores de equipos ex nihilo (e incluso en la valoración positiva de la sustitución del entrenador como remedio, en tanto revulsivo para situaciones críticas). En segundo lugar, y contra la proposición inicial de crítica del maniqueísmo exitista, pareciera que paradójicamente se cae en una valoración del éxito per se.

Pero no. Contra la sobrevaloración del papel de los técnicos, lo que en estas notas se busca enfatizar es que, en los tres casos, los jugadores que protagonizan la recuperación básicamente eran los mismos, pues en su mayoría los planteles quedaron conformados por los integrantes heredados del ciclo inmediato anterior. El cual, por otra parte, en dos de los casos (Racing y River), era similar en lo malo (ambos equipos se enfrentaban al fantasma del descenso), y, en el tercer caso (Boca Juniors), era malo aunque no tan crítico como aquéllos, si bien se añadía el componente de la fuerte descomposición interna del plantel, y la herencia de 12 torneos con una performance notablemente por debajo de la media histórica del club, en una época —como los ’90, y a diferencia de los ’60 u ‘80— de mayor presión mercantil sobre los clubes.

Por lo tanto, lo que se quiere subrayar es lo opuesto a la exageración del rol unilateral del director técnico. Por el contrario, en los tres casos, es más bien una evanescente conjunción entre técnico y jugadores lo que parece estar en la base del éxito colectivo. En los tres casos, además, no se trató de una mera serie de triunfos estadísticos, sino de la conformación de grandes equipos de fútbol, más allá de las diferencias de épocas, estilos y escuelas.

“¿Dónde está la Novena Sinfonía antes de crearse?”, se pregunta el filósofo Isaiah Berlin en uno de sus textos. Algo similar podría interrogarse acerca de esa creación colectiva hecha de habilidad y técnica que es el fútbol. Y, en ambos casos, un cierto misterio parece envolver la respuesta, acaso por tratarse de sendas actividades humanas y creativas.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Muy buena reseña, muy buena. Has compilado certeramente, los que a mi juicio, son los equipos más sólidos del fútbol argentino de los últimos 40 años. Es mi punto de vista. Salu2

Anónimo dijo...

Excelente artículo. El blog va derecho a mis bookmarks.