Quienes defienden el fútbol como juego, suelen decir —contra los que entienden el fútbol básicamente como resultado— que el
score no dice todo de un partido. Y tienen razón.
Sin embargo, muchas veces el resultado indica algo más, e incluso mucho más. El hincha de fútbol, cuando intenta predecir —con esa mezcla de ansiedad, miedo y deseo que envuelve lo incontrolable— qué va a pasar en el próximo partido de su equipo, está también imaginando un trámite, cómo va a ser ese partido. Más aún: no podría pensar un resultado, sin pensar qué tipo de partido será. Así se explicita al pronosticar “salen 0-0 porque va a ser un partido peleado más que jugado”; “va a haber muchos goles porque son dos equipos ofensivos y con defensas más bien flojas: puede ser un 4-3, 3-2, etc.”; o “sale 1-0 y lo gana el que esté más concentrado o tenga más suerte”.
En efecto: hay partidos típicos o paradigmáticos, modélicos. Pero no porque sean los ideales, sino porque representan lo que podríamos llamar un género de partido de fútbol. En el fútbol hay géneros, como en la literatura o en el cine, entendiendo los géneros como las distintas clases en que se pueden agrupar o clasificar las obras (los partidos) según rasgos comunes de forma y contenido.
La definición de género, tanto en literatura cuanto en música o en cine, es problemática, y remite en definitiva a una definición de la propia literatura o de la propia música. La pregunta por los géneros presupone un modo de entender la disciplina que los abarca, y por eso es dinámica y polémica.
En el fútbol parece ocurrir en parte lo mismo y en parte no. Porque, por un lado, determinados partidos —el 0-0 parece el mejor caso— para algunos no merecen siquiera pertenecer a la disciplina como tal, mientras para otros son “el partido perfecto”. A la inversa, los partidos de muchos goles, para algunos son el fútbol en su máxima expresión, y para otros no son más que un cúmulo de errores, de los cuales sólo puede disfrutar un espectador superficial, no un hincha involucrado ni no un entrenador o alguien que sepa.
Pero, por otra parte, en fútbol probablemente haya una coincidencia mayor en cuanto a la clasificación de los géneros, más allá del modo de entender el juego, si como resultado o como “estética”.
El modo de acceder al género en el fútbol no es sólo el resultado. También el trámite es síntoma del género. En este sentido, tanto los que ven el fútbol como resultado, cuanto aquellos que lo ven como juego, pueden estar tranquilos: resultado y trámite son indicadores de género. O, mejor dicho, pueden serlo.
Pero ¿cuáles son esos géneros? Veamos.
Los géneros a través del resultado: algunos ejemplos no exhaustivos
Para todos estos géneros, un tipo de resultado es un componente necesario, ineludible. Aun cuando el score —como se verá— no lo diga todo, tiene que haber una cierta relación numérica que opere como requisito para identificar el género del que se habla.
1. La remontada
Un 2-0 que se transforma en 3-2 sería un género. A él podrían pertenecer también un 3-0 que termina en 4-3, e incluso un 3-0 que acaba en 3-3. Son todas variantes de lo que en España se llama una remontada, y que en Argentina recibe el nombre de“levantar el partido” o “darlo vuelta”.
El nombre español es más genérico, y admite sin distinción un 3-2 y un 3-3. La denominación argentina distingue entre ambos resultados: el primero equivale a “dar vuelta un partido”, mientras que el segundo supone “levantar un partido”.
Otra forma de remontada es la que se da en un partido pero teniendo en cuenta el global de una eliminatoria a doble partido. Son los llamados también “típicos partidos de Copa” —aunque esta denominación no se use sólo para esto—, refiriéndose a las Copas Libertadores, de Europa (ahora Champions League) o del Rey, en el caso de España. Son esos partidos en los que el equipo local debe marcar una determinada cantidad de goles para “dar vuelta” la eliminatoria o “remontarla”. Se reconocen fácilmente porque son los que dan lugar a esos momentos de confusión mental en los hinchas de ambos equipos, que en el fragor del juego, comienzan a hacer cálculos acerca de cuántos goles hay que hacer teniendo en cuenta cuánto vale el gol de visitante… Los números se atropellan en la cabeza o se diluyen rápidamente a golpe de contraataques, corners u offsides mal cobrados…
Un subtipo del género remontada puede ser el 2-0 que acaba en 2-2. No tiene la épica del 3-2 o del 3-3, sencillamente porque la diferencia que se levanta no es tanta, y porque al fin y al cabo no acaba en triunfo, no se “da vuelta” el partido (el 3-3 sí sabe a triunfo precisamente porque se remonta una gran distancia).
Un signo de que cabe hablar de género en el 2-2 que se consigue de este modo es el para muchos falso debate acerca de que el 2-0 es “el peor resultado”. Cuando se dice tal cosa, se alude a que precisamente tal score da una confianza al vencedor transitorio que, combinada con una distancia relativamente corta y la sensación del perdedor momentáneo de que ya no tiene nada más que perder, puede generar un efecto motivador en el equipo que va abajo en el marcador que lo relance para conseguir el empate.
2. El partido cerrado
Otro género es el 1-0, cuando el partido es peleado, cerrado, y se resuelve por lo que ahora —no casualmente, en una época de énfasis en la táctica— se llama “detalles de un partido”: una jugada de estrategia aprovechando una pelota “parada”, un error no grosero en una marca o en un offside, un destello de un delantero rompiendo una defensa bien organizada y eficiente,
e incluso una “avivada” de un jugador al ejecutar rápido un tiro libre. Este género es el prototípico de las finales o partidos decisivos a eliminación directa cuando los equipos son parejos.
3. El partido "loco"
Un género que combina los dos anteriores podría ser el del partido que “se vuelve loco” o partidazo. Es también un partido parejo, pero por lo abierto y no por lo cerrado del juego. Esto es: tiene lo parejo del 1-0 o del 0-0, pero también el vértigo de la remontada, multiplicado si cabe, pues de él participan y sacan partido ambos equipos. Son los extraños partidos del 4-4 o incluso 3-3.
La diferencia con el 3-3 de remontada —y acá se ve cómo el resultado ya comienza a no decir todo— es que el empate o la victoria se va construyendo como “en escalera”: 1-0; 1-2; 2-3; 4-3, o todas las combinaciones y alteraciones del resultado posibles siempre que no se produzca una diferencia de más de un gol entre ambos equipos.
4. La goleada
¿Qué es una goleada? Todo hincha sabe y a la vez no sabe la respuesta. A partir del 4-0 en adelante, hay consenso en cuanto al género de partido: es sin duda una goleada. Pero no hay tal consenso respecto de un 3-0 o un 4-2, por ejemplo.
Acá nuevamente hay que combinar resultado y trámite. El resultado no lo dice todo en todos los casos. Una diferencia de cuatro goles (desde el 4-0 al 5-1, pasando por el 6-2) es goleada, pero no lo es necesariamente el número de goles que se marcan: ¿6-4 es goleada? No parece, pero sin embargo tampoco es equivalente a un 2-0 o a un 4-2, pues está más cerca de la goleada que estos resultados.
Para que haya goleada tiene que haber una diferencia sobre todo en el juego, que como se sabe no siempre se traduce en el resultado, pero que a la vez en este caso, para que pueda hablarse de goleada, sí tiene que reflejarse en el resultado. Porque una goleada es básicamente un resultado, no un trámite, aunque tiene que tener elementos de éste.
Así lo atestigua el veredicto de dos de los hits más duraderos del cancionero futbolero argentino: no se canta en la misma situación aquello de “despacito, despacito, despacito…”, que el “es un afano, suspendanlón”. El primero tiene en común con la goleada la “humillación” del adversario, que si cabe es más cruel porque se construye de a poco (y de ahí la metáfora escatológica en el verso), lo cual le quita por otra parte el componente de dominación completa del trámite a lo largo de todo el partido, clave para una goleada.
Los géneros a través del trámite: algunos ejemplos no exhaustivos
En estos géneros, el peso decisivo recae en el trámite del partido, que admite varios resultados posibles.
1. Ataque continuado vs. “salir a esperar”
Este género de partido suele darse típicamente cuando el equipo grande recibe a un equipo chico de local. Tiempo atrás, un Real Madrid-Valladolid o un Barcelona-Racing de Santander eran análogos a un River-Chacarita o a un Boca-Banfield. Hoy las cosas han cambiado mucho en el fútbol argentino, no así en el español.
Este partido —como el de los demás géneros— ya lo vimos. El local domina el trámite y el partido se juega en campo del visitante, que se planta con dos líneas de cuatro y un único delantero que espera su oportunidad. El visitante ni siquiera contragolpea por sistema. Sólo lo hace cuando el equipo local lo deja, por cansancio, despiste o fruto de una jugada azarosa. Para la visita y para el local, resultan claves los primeros quince minutos del primer tiempo y, en caso de que el marcador no se abra, también los del segundo tiempo. Si persiste el empate, los últimos diez o quince minutos de partido suelen encontrar el local volcado en el área visitante, expuesto a una contra letal, y al visitante colgado del travesaño, su único delantero incluido…
El trámite puede acabar con un 0-1, merced a lo que con toda propiedad se llama “un gol de otro partido” de la visita, o con una goleada del local forjada a partir de un gol en el primer tercio del segundo tiempo que acaba desfondando al visitante, carente de plan B. También cabe un 1-2, con remontada del local, o incluso un empate merced a un gol inesperado del visitante, a consecuencia de la relajación del local una vez hace el primer gol y cree cerrado el partido.
Todos estos resultados caben en un mismo trámite dominante en general durante todo o gran parte del partido: ataque continuado contra defensa cerrada, sin contragolpe sistemático. La dinámica del juego y de las situaciones arroja luego combinaciones y desenlaces varios, aunque no infinitos.
Estos partidos suelen a menudo combinarse con situaciones externas al juego mismo. Son las que le agregan dramatismo al escenario de partida, marcado por la presión que tiene el grande de lograr algo que tiene al alcance de la mano, pero que puede frustrársele: el triunfo sobre un rival menor que está además en situación de desventaja de campo. Nos referimos a cuando el local “viene mal”, o su técnico cuestionado, o su público insatisfecho con su juego, o cuando viene de perder el clásico o de ser eliminado en otra competición importante. Entonces estos partidos a priori sencillos pueden cumplir el papel de gota que rebalsa el vaso, incluso cuando se gane, pero se lo haga agónicamente o sin brillo.
2. Grande contra chico fortalecido por su localía
Quizá la inversa del género antes descripto se da cuando el equipo grande debe ir a jugar a la cancha del equipo chico. Un subtipo de esto es cuando el presente del equipo chico está por encima de su media histórica; es decir, cuando es el “equipo revelación”.
El primer caso, es sobre todo el que se da cuando el grande debe visitar en campos visitantes siempre difíciles. En Argentina, son los partidos en Rosario, en La Plata, o en canchas del área metropolitana pero de tamaño reducido o de ambiente caliente (Argentinos Juniors, Banfield, Chacarita). En el caso de España, dado que las diferencias entre grandes y chicos son más respetadas por todos los equipos, estas salidas resultan menos traumáticas para los grandes, pero no obstante siguen siendo complicadas, lo cual se puede medir por la gran diferencia que supone jugar contra el mismo rival de local que de visitante. Nos referimos, por ejemplo, a Pamplona (Osasuna), Valladolid, Racing de Santander, etc.
El caso del chico fortalecido, que es la revelación, jugando de local contra un grande varía mucho, por definición, según el momento histórico, pero sería hoy el caso en Argentina de un Banfield-Boca, o de un Colón-San Lorenzo, o un Lanús-River. En España suele darse menos frecuentemente, pero han sido en las últimas décadas equipos revelación Albacete, Mallorca, Betis, Rayo Vallecano, Tenerife, etc., y siempre han causado problemas a los grandes en sus visitas, aun cuando éstos eran punteros. Baste recordar las dos ligas perdidas por el Real Madrid en Tenerife en la última jornada y a manos del Barcelona, en el 90-91 y en el 91-92.
Un subtipo de esto es cuando un grande debe visitar un mediano-grande, con lo cual las fuerzas ahora sí casi se emparejan. Sería el caso de un Vélez-Boca, o un Newell’s-River; o, en España, un Valencia-Real Madrid o un Athletic de Bilbao-Barcelona.
3. El clásico
El consenso respecto del clásico —sea entre equipos grandes o chicos— viene dado por la frase de que “es un partido aparte”, en el que “no importa cómo vienen los equipos”. Puede criticarse esta perspectiva, pero no faltan ejemplos que parecen darle la razón. Históricamente, podría citarse el ejemplo del clásico platense, en el cual la diferencia de palmarés entre ambos equipos no se refleja en el historial de sus enfrentamientos, mucho más igualado.
4. Duelo entre grandes transformado en choque entre grande y chico
Este género abarca los partidos en los cuales dos grandes se enfrentan pero el trámite, si no se supiera quiénes juegan, parece uno entre un equipo grande que supera ampliamente a un equipo chico, quizá con la excepción de que el ahora “chico” no sale a defenderse o cuidarse, sino precisamente porque confía en su prestigio e historia, juega de igual a igual pero es dominado y superado con claridad. Podría decirse que el chico deviene tal por obra de la pura competencia, del juego.
Ejemplo de esto son las eliminatorias europeas entre el Milan de Sacchi y el Madrid de la Quinta del Buitre de fines de los ochenta, saldadas con goleadas para los rossoneri, pero sobre todo por un baile (la antigua denominación de “pesto” parece más adecuada) monumental en el campo de juego.
En Argentina, en los últimos años se dio así en el River-Boca del Apertura 03-04 —recordado por el desmpeño del volante boquense Pedro Iarley—, y en el Boca-River del Clausura 02-03, recordado por el gol de Ricardo Rojas.
El género: ¿lógica o construcción?
Más allá de la discusión sobre qué es un género y/o cuáles son, hay un elemento que perdura: la noción de que los géneros les sirven tanto al autor como modelo, cuanto al lector para construir sus expectativas.
Esto, aplicado al fútbol, resulta verosímil: no se juegan (los jugadores o autores), ni se viven (los hinchas o lectores) igual todos los partidos. Pero no sólo porque el juego arroje una dinámica u otra dependiendo de la inspiración o de la táctica propias y/o ajenas, sino porque tanto jugadores, técnicos e hinchas imaginan cómo será el partido en función del género al que pertenece, en el cual se lo puede clasificar de antemano, y así acaban produciéndolo como tal. El género, así visto, es una suerte de profecía autocumplida. Dicho en palabras más sonoras, tiene un carácter performativo o ilocucionario: produce aquello que nombra a medida que lo dice. Las expectativas creadas en función de una história del género acaban en buena medida cumpliéndose.
La imaginación genérica también incide en las exigencias. El mismo hincha que exige ganar por goleada un partido contra un equipo que considera inferior, se contenta con ganar “en el último minuto y de penal” el clásico. Jugadores y técnicos cada vez más se animan a explicitar esta regla cuando dicen, por ejemplo, “las finales o los clásicos no se juegan, se ganan”.
Este carácter circular de la expectativa y su realización, permite preguntarse si los géneros son históricos, construcciones, o responden a una lógica del juego, según la cual —más allá de los protagonistas— siempre habría más o menos ciertos géneros de partidos en el fútbol.
Quizá por eso hoy en día —en una época de muchos partidos y diferentes competiciones— uno de los principales problemas que enfrentan los técnicos —y los jugadores, amén de los hinchas— sea el de la motivación, que no sería otra cosa que la exigencia de rendir igual sea cual fuere el género del partido que les toca jugar.
Se puede pensar, por ejemplo, cómo sería un fútbol sin equipos grandes y chicos en función del presupuesto, al contrario de lo que ocurre sobre todo en Europa, pero también todavía en Sudamérica. Es decir, qué ocurriría si las categorías se organizaran sólo por potencial y méritos, sin mediación alguna del presupuesto. O, a la inversa: sólo por presupuesto, que sería una forma más antipática, pero más justa al fin y al cabo que la otra, una vez aceptada la mercantilización del fútbol, de alcanzar una paridad similar a la de las categorías del box.
Sea porque han sido construidos históricamente así, o porque deriven de la lógica del juego mismo, cabría decir entonces que en el fútbol hay géneros. Lo presentado aquí es una aproximación a una clasificación, tomando como criterios tanto el resultado, cuanto el trámite. En verdad, no es nada más que un intento de clasificar algo que ya está en la mirada de todo hincha, de todo aquel que ha visto fútbol y busca predecir esa no obstante siempre presente dinámica de lo impensado.