28 de septiembre de 2008

Sobre la alternativa "ganar o jugar bien"

No en cualquier época se hace cualquier pregunta. La disyuntiva “jugar bien o ganar” es la propia de los años tacticistas y resultadistas del fútbol. Es decir, desde mediados de los ochenta hasta nuestros días, aproximadamente.

La pregunta pone en juego una elección entre medios y fines, entre lo bueno (el medio, el buen juego) y lo útil (el ganar). Viene a plantear hasta qué punto son importantes los medios en relación al fin. Dando por presupuesto que todos buscan el mismo fin (ganar), lo que pregunta en definitiva es hasta qué punto se está dispuesto a negociar el estilo de juego con tal de alcanzar la victoria.

Esta contraposición puede ser planteada porque el fútbol tiene dos características decisivas. Una es tal vez única y distintiva de este juego: con toda probabilidad, se trata del único deporte en el que el equipo que juega peor que el rival puede no obstante ganarle. Baste recordar como paradigma el partido Argentina-Brasil del Mundial ’90. La otra es la que metafóricamente se describe como “la manta corta de Tim”, y es un rasgo general de cualquier juego: al elegir el modo de practicarlo, hay que pagar un precio: o de privilegia la defensa y por tanto se descuida el ataque, o lo contrario.


La pregunta tiene sentido que sea respondida bajo dos condiciones. Una es admitir que todo depende de un cálculo de probabilidades, porque el fútbol es la dinámica de lo impensado (otra cosa es en qué grado), y que por lo tanto las respuestas posibles son apuestas. Y otra que la disyuntiva no tiene valor si se toma como muestra un partido, pues lo que sucede en él es excepcional (puede ganar el peor), mientras que en un torneo —sobre todo si es todos contra todos— es casi imposible que gane el que no ha sido el mejor.

Dos respuestas, dos escuelas

Ante la disyuntiva entre ganar o jugar bien aparecen fundamentalmente dos respuestas. Una posición, comúnmente llamada “resultadista”, afirma que no le interesa qué medio elegir (el cómo jugar) con tal de ganar, mientras que la otra, “ofensivista” o identificada con el llamado buen juego, dice que tanto el medio cuanto el fin importan, y por lo tanto prefiere jugar bien tanto como ganar.


La primera posición absolutiza el fin y por tanto relativiza los medios. Asume que existe esa tensión entre lo bueno y lo útil, entre fines y medios, y que hay que pagar un precio, que en este caso sería el del medio o la estética del juego, el cómo. Además, afirma que en el fútbol no hay más que hinchas, y que el criterio de éstos es juzgar por los resultados; es decir, que para ellos el fin es absoluto y los medios no cuentan.

La segunda posición navega entre dos actitudes. Por una parte, asume la tensión entre fines y medios, entre lo bueno y lo útil, pero a la vez cree que se puede resolver, ya que considera que el buen juego no es tan sólo algo bueno en sí mismo, sino también útil, pues jugando bien habitualmente se gana o se gana más de lo que se pierde. Reconoce la tensión, pero cree que estadísticamente acaba diluyéndose, al decantarse a favor de una armonía final entre medios y fines, lo bueno y lo útil. Por otra parte, sostiene que ese fútbol es “el que le gusta a la gente”, especialmente al hincha argentino, pues esta escuela —a diferencia de la otra, preocupada por los avances del fútbol, y que se autocoloca en un escenario internacional— habla desde y para “el viejo y querido fútbol argentino”.

La pregunta por una parte, y las dos posiciones por otra, dan por sentado algunos presupuestos que merece la pena revisar. Veamos primero los presupuestos de cada posición.

Presupuestos de la posición resultadista

La posición resultadista es la que hace la pregunta, en verdad. Es la que la ha formulado, casi como desafío —para no decir arma arrojadiza— a la otra posición, la que prioriza el buen juego.
Por lo tanto, la escuela resultadista es la responsable de los términos en que está hecha la pregunta. Con esto se quiere resaltar que, contra lo que parece, una pregunta afirma cosas, no sólo interroga. No hay interrogaciones neutrales, sino que todas están hechas siempre desde un terreno de valores y presupuestos.

El centro de la respuesta resultadista consiste en presentar la opción “ganar” como análoga a la opción “jugar bien”, si bien más valiosa que ésta.


Aquí parece haber una inconsistencia. Porque “ganar” no puede ser escogida como opción o fin sin a la vez tener que elegir una opción por los medios. No hay modo de proponerse alcanzar un fin, por absoluto que éste sea para uno, sin tener que pensar en los medios. Sobre todo en el fútbol —o en cualquier juego—, en el cual la táctica (los medios) es inescindible de la estrategia (el fin).

"Ganar", en ese sentido, no es análoga como opción a la elección por un estilo de juego, porque el triunfo no es un estilo de juego, sino que lógicamente presupone algún estilo, que habrá que explicitar cuál es.

De hecho, esto parece desnudar una contradicción de la posición resultadista: por un lado su discurso es cien por cien táctica, pero por otro dice que ésta no le interesa, porque lo único importante es la estrategia, que es el fin, ganar.

Además, si el fin es tan importante, y los medios son tan relativos e intercambiables unos por otros, esta posición resultadista no tendría por qué tener tanto recelo o mostrarse tan crítica con lo que no es sino una táctica más entre otras: el fútbol ofensivo.

Más aún, siendo coherente con su posición, tendría que afirmar que en el caso en que conviniera (por ejemplo, si contara con jugadores extraordinarios para el fútbol ofensivo), estaría dispuesta a practicar la táctica del fútbol ofensivo, pues sería el mejor medio disponible para alcanzar el único fin que importa (ganar). Salvo que considere que el fútbol ofensivo es o se ha vuelto inseguro, vulnerable en sí mismo, lo cual determina que haya que rechazarlo en cualquier circunstancia como medio apropiado. En ese caso, entonces, debería esta posición renunciar a su principio de relativizar los medios, ya que hay uno que ha absolutizado como inconveniente en cualquier caso: el fútbol ofensivo.

Por otra parte, si —como se anotó más arriba— esta posición formula la pregunta como desafío a la posición ofensivista, ya que sospecha que el discurso del buen juego es hipócrita, y que enmascara con buenas palabras lo que es la intención de todos los que juegan al fútbol, ganar por encima de todo, entonces está diciendo que su propia posición es en verdad compartida por todos. Si todos están interesados en el mismo fin, habría entonces que discutir sólo de táctica…



En definitiva, la discusión sobre los medios es ineludible. Relativizar los medios no equivale a despreciar la discusión sobre cuáles se van a aplicar. En todo caso, la posición resultadista debería decir, si quiere ser coherente: me adaptaré a lo necesario en cada momento para alcanzar el triunfo (incluido el fútbol ofensivo, llegado el caso). Iré cambiando mi táctica a fin de que sea lo más agresiva posible para mi rival. Esto sería más coherente con la posición que sí enarbola acerca de la necesidad de actualizar permanentemente los esquemas tácticos y con su crítica de la posición del fútbol ofensivo, en tanto la encuentra atrasada y obsoleta para el fútbol de hoy.

Presupuestos de la posición ofensivista

El presupuesto central de la posición ofensivista aparece a la hora de definir qué sería lo opuesto a la indiferencia por el modo de juego. Es decir, cuando delinea qué significa preocuparse por jugar bien, o en qué consiste jugar bien.

La posición ofensivista se levanta —de ahí su nombre— sobre el presupuesto de que jugar bien equivale a jugar a la ofensiva (no diré jugar bien con jugar “lindo”, porque esta última expresión es un modo peyorativo de referirse al juego de ataque, para resaltar su presunta ingenuidad).

Muchos de los defensores (valga la expresión) del fútbol de ataque afirman que hay mucha maneras de ganar, pero que la única manera de jugar bien al fútbol es jugar a la ofensiva.



Según estos últimos, habría una diferencia estética irreductible a favor del juego ofensivo en comparación con el juego defensivo o el de contraataque, por nombrar los estilos fundamentales. Brasil ’70, Holanda ’74, Brasil ’82, Francia ’86 serían más estéticos que los grandes equipos defensivos, como la Italia ’82 o la del 2006, que la rocosa Alemania del ’74 o el “equilibrado” Brasil del ‘94 o del 2002.

Hay que distinguir dos problemas aquí. Uno es la asimilación entre jugar bien y jugar ofensivamente, y otro entre jugar bien y jugar estéticamente.

Jugar bien y jugar a la ofensiva

El fútbol, como juego que es, admite muchos estilos. Para decirlo rápidamente: ofensivo, defensivo, contraataque, posesión de la pelota o no, forzar o esperar el error del contrario, y todas las combinaciones posibles entre ellos.

Los famosos esquemas tácticos o módulos (como dicen sus máximos cultores, los italianos) no son más que la expresión del estilo. Incluso más, pueden resultar engañosos, porque un mismo módulo —como el 4-4-2— puede jugarse con diferentes estilos. Sólo hay unos pocos que implican, sobre todo en la época actual, un estilo de juego —el 4-3-3—, aunque no sin reservas, porque se puede jugar ese módulo más o menos vertical, más a la sudamericana o a la holandesa, digamos. (Por eso la reducción del estilo al esquema táctico no muestra más que el empobrecimiento del discurso futbolístico de los medios, salvo excepciones.)


Al fútbol se puede jugar bien siguiendo diferentes estilos. Se puede ser un buen equipo defensivo, contraatacante, u ofensivo. Se puede jugar bien con o sin pelota. Se puede practicar bien el forzar el error del adversario, o se puede ser maestro en la espera del error del oponente. Incluso más, se puede jugar bien el juego corto o el juego largo (Capello decía que para él un pase exacto de 40 metros a la cabeza del nueve era más estético que varias triangulaciones a la holandesa). Para realizar bien esos estilos, hay que ser bueno, valga la perogrullez.

Jugar bien y jugar estéticamente

No obstante, es cierto que dentro de todos estos estilos bien jugados, hay algunos que en general (para el hincha y para el espectador) suelen resultar más estéticos o bellos que otros. La gran Holanda del ‘74 en general es considerada y resulta más estética que la gran Italia del ‘82.

Acá aparece entonces la relación entre jugar bien y jugar estéticamente. La pregunta sería ¿por qué determinado estilo bien jugador resulta en general más estético que otro estilo igualmente bien jugado?

Tal vez hay un modo de mirar el fútbol que puede estar determinando este plus estético a favor de un estilo y no de otro, ambos bien jugados. Veamos.

El fútbol como juego ha recorrido una trayectoria histórica que se podría decir que va del espontaneísmo ofensivista a la planificación táctica. Si el fútbol nació identificado con los goles, la técnica y el talento individuales, ha ido recorriendo un camino hacia el control del juego y la espontaneidad a través del desarrollo de un conocimiento “cuasi-científico” de las diferentes acciones, que ha contribuido a la subordinación del talento a la táctica y al juego colectivo.

El concepto mismo de equipo fue modificándose: se pasó del equipo como colección de solistas talentosos y volcados en el juego ofensivo, al equipo como un colectivo que es más que la suma de sus individualidades. Si antes ganaba el que mejores jugadores (dotados técnicamente para el fútbol ofensivo) tenía, ahora gana el que mejor funciona como colectivo. Ejemplo reciente del fracaso del primer tipo de equipo fue el Real Madrid de los llamados “galácticos”.

Tal vez en esto radique el famoso emparejamiento de los equipos actual, aquello de que “ya no hay rival débil”.

De ese origen queda la celebración —por encima de todo lo demás— del talento y el gol en la retina del espectador (el hincha ha ido desarrollando un criterio más resultadista, en tanto actor interesado, cada vez menos juez y más parte).

Esto puede estar afectando el modo de mirar el juego. La estética no es neutral, cada época tiene su canon de belleza. Se mira de una manera, a partir de un hábito y a través de unos valores. Eso determina qué es lo bello a nuestros ojos. Por eso está cambiando el juego actualmente: la óptica con la que se lo mira es ahora más la del hincha que la del espectador.

Esa óptica que asocia el juego con el estilo ofensivo, como toda manera de mirar, ilumina algo y oscurece otra parte. Oscurece lo que de estético tienen otros estilos, y otros gestos técnicos —individuales y sobre todo colectivos— que no son los del juego ofensivo o los del talento individual. Es decir, la estética que puede haber incluso en los equipos y movimientos más defensivos y “especuladores”, cuando están bien ejecutados.


Por ejemplo, resulta muy estética la inteligencia táctica de los buenos jugadores italianos. Todos parecen, independientemente de su talento técnico con el balón en los pies, entender en profundidad la lógica del juego, lo cual determina que tiendan a ejecutar en cada momento la jugada apropiada al desarrollo del juego: pasar, retener, desmarcarse, controlar, achicar, dejar en fuera de juego al oponente, etc.

Es muy difícil que un buen defensor italiano bueno haga lo que no debe: eludir donde es peligroso, trasladar la pelota más de que lo conveniente, perder su ubicación en el campo, etc. Eso, si se lo sabe mirar, tiene también un alto valor estético, aunque no tan obvio como un pase al vacío de Pelé, una gambeta de Maradona, o un desborde de Houseman o Garrincha.



Históricamente, se valoran en el fútbol unas cosas más que otras: la creación que la destrucción, la voluntad de búsqueda más que la de espera, la habilidad que la marca, el juego con balón que sin él, un caño que un desmarque, un centro atrás que un gol por el medio permitido porque el wing tiene los botines llenos de cal (aunque no la toque). Por eso un gran arquero o defensor hasta ahora nunca significaron lo mismo que un gran diez o un notable goleador.

La televisión también desempeña un papel en la formación de un modo de mirar y por tanto apreciar el fútbol. Privilegia la destreza individual y no el juego colectivo, el juego con balón al juego sin él, sencillamente porque en la pantalla no se ve el juego posicional de todo el equipo, sino sólo la participación de un puñado de los jugadores, y principalmente del que lleva la pelota.


No casualmente, en los últimos años, han aparecido jugadores en el seno nada menos que de la escuela brasileña —históricamente caracterizada por el talento pero también por la capacidad colectiva, por ejemplo, para ocupar la cancha—, que hipertrofian la destreza individual clásica de esa escuela a tal punto que la vuelven a veces contraproducente para el juego colectivo. Me refiero, entre otros, al mejor Ronaldinho o al mejor Rivaldo… no así al mejor o incluso al Romario menos bueno, dotado de una inteligencia táctica y una brillantez técnica sólo comparable con los tres grandes de todos los tiempos… más Platini y Zidane, claro).

A modo de conclusión

La dicotomía entre jugar bien o ganar parecce entonces falsa. Pero no porque una posición tenga la verdad contra la otra, sino porque ambas presuponen afirmaciones cuestionables por endebles, y porque ambas, al dar por válida la pregunta, refuerzan la dicotomía que ésta plantea.

La dicotomía es falsa del lado del resultadismo porque éste, contra lo que afirma, está obligado a escoger una táctica, un medio para alcanzar lo que dice es lo único que le interesa, ganar. Pero para ello no dice que no sólo tiene que escoger una táctica, sino también —y sobre todas las cosas— tiene que ejecutarla bien. Jugar bien, en dos palabras, lo cual —apoyándonos en lo ya dicho— siempre supone algún grado de estética futbolística.

La dicotomía es falsa del lado del ofensivismo porque, contra lo que dice, no se juega bien sólo a la ofensiva, sino que se puede jugar bien de muchas maneras, incluso defensivamente.

Por lo tanto, a modo de conclusión, se podría decir que jugar bien el estilo que sea es —estadísticamente, en el medio y largo plazo— un requisito para ganar. Es decir, que en casi todas las victorias hay algún grado de estética, que no radica en la victoria en sí —como diría el resultadismo—, sino en el modo en que ha sido conseguida —y no porque haya sido a la ofensiva, como diría el ofensivismo—.

Esto por supuesto no clausura la discusión, sino que la lleva a otro terreno: el de la estética de los diferentes estilos de juego bien ejecutados. Y ahí no hay verdad, sino puntos de vista, dioses en lucha, y la necesidad de elegir entre ellos, pagando siempre un precio, como ya nos había advertido el viejo Tim.