15 de enero de 2008

La estadística y la interpretación del juego

Las estadísticas tienen cada vez más lugar en el fútbol. En buena medida, gracias a la televisación de los partidos. La televisión es un lugar privilegiado para dar a conocer los datos relativos a porcentaje de posesión y recuperación del balón, remates al arco, córners, tiempo neto de juego, etcétera.

En el fútbol argentino, a diferencia por caso del español, otro dato de enorme relevancia
—especialmente para los hinchas, no tanto para los aficionados— es el historial de cada equipo contra los demás. Esto se lleva al paroxismo en el caso de los clásicos, al punto de que hay auténticas disputas historiográficas entre académicos para dilucidar si son, digamos, 56 ó 55 los triunfos de un equipo u otro, sobre un total de 133 partidos disputados…

Pero ¿se conoce algo del fútbol como juego a través de las estadísticas?



El fútbol no es matemático, exacto, susceptible de ser explicado o atrapado (¿encerrado?) por una estadística. En ese sentido, es similar a cualquier otra actividad humana creativa. Esto remite a un problema metodológico que muchas veces se soslaya: la estadística suele presentar, y sus receptores así los suelen interpretar, los datos como hechos, como reflejo exacto o puro de unos presuntos hechos duros, independientes de la forma de mirarlos o relevarlos del que hace la estadística. Como si fueran, en definitiva, la verdad. Ahí radica la potencia autolegitimadora de la estadística. Lo que no se tiene en cuenta es que el dato no es el único modo de dar cuenta de una misma situación, y que además el dato debe en cualquier caso ser interpretado, pues él solo no dice nada: el que lo lee lo tiene que hacer hablar. Sin ir más lejos, el propio resultado de un partido no necesariamente explica el trámite de éste.

Los remates

Veamos, por ejemplo, la cuestión de los remates de un equipo durante un partido. La estadística suele distinguir entre remates al arco y remates afuera. El criterio que organiza esta distinción presupone que el remate al arco es más peligroso que el remate afuera. Así, la estadística invita a deducir que a más remates al arco, más peligro ha producido un equipo, y por el contrario, cuanto más remates afuera, menos peligro o incluso menos calidad del equipo (un ataque con menos puntería o menos coordinado, digamos).



Esto en el fútbol, sencillamente, no es verdad. La correlación sugerida por el criterio que organiza la estadística entre tiros y poder ofensivo demostrado no es cierta. Baste con recordar que el remate de Pelé contra Mazurkiewicz (ver fotos arriba), en la semifinal Brasil-Uruguay del Mundial de 1970, sale afuera, rozando el palo del arco uruguayo (en 1972, Alonso lograría hacer ese gol, contra Independiente, lo que le valió el apodo de "Pelé blanco" [ver foto abajo]). Igual suerte corre el disparo de Maradona en el amistoso Inglaterra-Argentina jugado el 13 de mayo de 1980 en Wembley (ver fotos abajo), en la famosa apilada que significa a la postre el borrador de “la jugada de todo los tiempos” del Mundial de 1986, ante el mismo rival.

Por el contrario, una mala definición de un delantero cualquiera, solo ante el arquero, en la que éste termina conteniendo la pelota, no es otra cosa que un tiro al arco. También lo es un tiro libre técnicamente mal ejecutado, que el arquero atrapa sin esfuerzo alguno. O un tiro (“una masita”, “le pegó con el diario”) de 25 metros, recto, de puntín, que el arquero para con sus pies…



¿Dónde hay más coordinación, técnica, peligro en definitiva, en un tiro al arco o en un tiro que se va afuera? El criterio estadístico es insuficiente, cuando menos, para indicar lo que pretende. Esa distinción entre tiros al arco y tiros afuera no da cuenta de lo que se busca explicar: cuánto peligro ha creado un equipo durante un tiempo o todo el partido. Objeciones similares se pueden hacer con otros datos (goles convertidos, puntos obtenidos, rachas de victorias o derrotas, etc.)

Los historiales

Otro problema se plantea con los famosos historiales. Algunos afirman que las estadísticas “están para romperlas” o quebrarlas, mientras que otros —los hinchas sobre todo, en especial cuando el dato les favorece, pero también algunos periodistas deportivos— las absolutizan como verdades insuperables. Así, o bien no sirven de nada como antecedente, o bien “nacieron hijos nuestros, hijos nuestros morirán”…


Ni una cosa, ni la otra. El historial entre dos rivales, especialmente en los clásicos, no se puede afirmar que no tiene ninguna relevancia, pero tampoco que tiene la relevancia que el hincha cree que tiene. Y no por una cuestión de grado, sino porque su importancia radica en otro sitio diferente del que comúnmente le atribuye el hincha.

El historial entre dos equipos tiene relevancia no en sí mismo, sino en la medida en que es conocido, principalmente, por los involucrados directos, es decir, técnicos y jugadores (aunque también por los indirectos, los hinchas en la calle y en la cancha). Y esto porque es un elemento que contribuye o puede contribuir junto con otros para construir la autopercepción o autoimagen de cada equipo, y también una imagen del rival. Ambas imágenes, en un juego que supone un choque frontal, sin mediación (una suma cero: lo que gana uno lo pierde el otro), es decisivo. El fútbol es (también) un estado de ánimo.

Por eso, es más probable que para los involucrados directos pese más la estadística reciente, la que los ha tenido como protagonistas, pues remite a una experiencia subjetiva propia, no ajena. No obstante, las estadísticas de un tiempo más lejano también pueden influir —siempre que sean conocidas por esos involucrados directos; en esto suelen jugar un papel clave los hinchas, que se las hacen saber en la calle y en la cancha—, pues crean un clima, una sensación, una idea de qué puede pasar o de qué va a pasar en el partido.

Los hinchas conocen bien esa sensación. Nada peor para un hincha que ese miedo o fatalismo que lo invade cuando su equipo le va ganando a ese otro con el cual siempre pierde, o está a punto de consagrarse en un torneo que se le ha escapado increíblemente en otras oportunidades, porque siente no obstante que al final se cumplirá el sino de la derrota… Eso mismo les pasa a los jugadores o a los técnicos. Son las profecías autocumplidas: si tengo la sensación de que al final perderemos, ya estoy contribuyendo a que eso ocurra.


Precisamente porque es importante que los involucrados directos conozcan ese historial, es que hay un elemento contextual, que las estadísticas no captan, que se está volviendo decisivo para minar el poder de la estadística: el cambio continuo de los planteles profesionales. Porque la identificación con el club es menor, por no decir nula, lo cual lleva a que los jugadores (e incluso técnicos) no conozcan la historia particular del club: sus traumas históricos (rivales, torneos, instancias que se suelen atragantar…).

Los datos y el sentido

En definitiva, el dato estadístico no debe ser visto como un reflejo puro de la totalidad del hecho que busca explicar, sino sólo como una posibilidad, un tipo de encuadre del hecho, discutible y dependiente de otras variables externas que muy a menudo son puestas de costado. El dato, además, debe ser interpretado.

El fútbol, en tanto acción humana, tiene un sentido que es lo que se debe buscar reconstruir y entender. La estadística, sobre todo en estos tiempos exitistas, se vale del dato para clausurar ese sentido, presentando una última palabra irrefutable. Cuando esto es así, se está entonces ante el síntoma de que esa estadística obstruye más que lo que ayuda a la comprensión de lo ocurrido, pues anula la interminable dinámica de interpretaciones a que el fútbol da lugar por ser un juego.